Microbiota humana y alimentación prebiótica
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6 marzo, 2023Parasitosis intestinal
La etimología u origen de la palabra parásito procede del griego. Compuesto por el prefijo para (que significa al lado) y sitos (comida), propiamente “el que come junto a”. Se utilizaba para referirse a altos funcionarios encargados de supervisar alimentos y posteriormente a aquellas personas que eran invitadas a fiestas o banquetes y comían por el agasajo de otros. Por lo tanto, este término se aplicaba a hombres, no a animales, y es en el siglo XVIII cuando se utiliza por primera vez en biología.
El parásito ha sido definido como aquel animal o vegetal que vive a costa de otro de distinta especie, depauperándolo sin llegar a matarlo. Dicho organismo puede vivir tanto en su parte interior como en su superficie. En el caso de la parasitosis intestinal dichos huéspedes son endoparásitos, se encuentran dentro del organismo del hospedador y pueden causar enfermedad.
Las parasitosis intestinales son infestaciones, generalmente producidas por protozoos o helmintos, que pueden generarse por la ingestión de quistes de protozoos, huevos o larvas de gusanos o por la penetración de larvas a través de la piel desde el suelo. Su mecanismo de transmisión es oral- fecal, y suele producirse por la ingesta de alimentos o agua contaminada con formas infectantes. También puede haber transmisión directa entre personas o producirse una reinfestación cíclica en la persona afectada.
Los parásitos encuentran refugio en el intestino, sin embargo, pueden vivir también en otras partes del cuerpo. De hecho, aunque sus ciclos vitales difieren según el tipo de parásito, muchos son capaces de alcanzar la circulación portal y desde allí moverse o estacionarse entre distintos órganos tales como los pulmones o el hígado.
Aunque existen zonas geográficas endémicas para las parasitosis intestinales como África, Hispanoamérica o Asia, se extiende a nivel mundial, en gran parte, por la internacionalización de los viajes o la globalización del comercio. Además, son muchos los factores que influyen en su transmisión y que pueden afectar a cualquier persona independientemente del lugar dónde resida. Los diferentes hábitos de higiene, el acceso a aguas no potables, la modalidad de consumo de los alimentos (consumir carne o pescado poco cocinado), el contacto con animales domésticos, con actividades agrícolas -ganaderas o con personas portadoras, predisponen a la infestación parasitaria.
La incidencia de las distintas clases de parásitos depende en gran medida de la zona geográfica, no obstante, se pueden destacar algunos muy extendidos y comunes entre gran parte de la población mundial como la Giardia lamblia, el Ascaris lumbricoides, el Enterobius vermicularis (los oxiorus), el Blastocystis hominis, el Trichuris trichuria, el Cryptosporidium, la Taenia Solium la Entamoeba hystolítica o el Anisakis simplex.
En ocasiones, las personas que padecen parasitosis intestinal son asintomáticas, por lo que las infestaciones pueden pasar inadvertidas e incluso solucionarse espontáneamente. También, las manifestaciones clínicas pueden variar considerablemente entre sujetos dependiendo de la dimensión, de la cantidad, de la labor y de la toxicidad del parásito. Por lo que, las personas afectadas pueden presentar a veces síntomas ciertamente inespecíficos. Además, la situación y respuesta inmunológica del huésped es determinante.
Los síntomas pueden variar desde cuadros gastrointestinales como dolor abdominal, mayor flatulencia, diarrea o periodos de estreñimiento a problemas de diversas índoles: dermatológicos, prurito anal, alergias, irritabilidad o afectación pulmonar o circulatoria.
En ocasiones, pueden presentarse complicaciones como anemias, diarreas graves, malabsorción de nutrientes, perforaciones intestinales o afectaciones neurológicas.
La incidencia es mayor en los niños que en los adultos (debido al estado de su sistema inmune y por el todavía deficiente manejo de sus hábitos higiénicos). El estado carencial que producen los parásitos en la edad infantil puede derivar en retrasos importantes en su desarrollo cognitivo, físico y psicomotor.
Las técnicas de diagnóstico se han basado en el examen de microscopía de la materia fecal, sin embargo, los últimos estudios indican que las técnicas de diagnóstico molecular son más rápidas y disponen de una mayor sensibilidad y fiabilidad.
El contagio está estrechamente relacionado con la salubridad. Las parasitosis intestinales se dan en mayor medida cuando existen zonas insalubres o con deficientes condiciones higiénicas. De esta manera, la higiene representa el eje fundamental en la prevención de la parasitosis. Además, hay que tener en cuenta que es una afectación muy extendida y en ocasiones muy persistente.
Como medidas preventivas cabría destacar el adecuado manejo de los alimentos (proceder a un buen lavado de frutas y verduras, ya que en ocasiones pueden haber sido regadas con aguas residuales, el óptimo cocinado de carnes y pescados (la Trichinella spiralis o el Anisakis simplex pueden estar presentes en ellos) e ingerir solamente agua potable. Además, debido a la transmisión oral fecal, es muy importante lavarse bien las manos antes de preparar alimentos, antes de comer y después de ir al baño. Asimismo, es importante evitar caminar descalzo por zonas de gran humedad o con sospecha de aguas fecales.
Debido a la vulnerabilidad que produce en la salud, es importante estudiar su incidencia, y a través del diagnóstico establecer un adecuado procedimiento por un profesional actualizado, ya que el tratamiento es específico para cada patógeno y pueden presentarse toxicidades o resistencias. Otro abordaje que puede tratar los parásitos es la ozonoterapia, una técnica que utiliza el ozono como agente terapéutico y ha evidenciado su alta efectividad y seguridad.
También existe una terapéutica nutricional antiparasitaria que puede combinarse y ayudar a las distintas terapias sin interferir en ellas. Dicha terapia se presenta como alternativa en casos de infestaciones leves o moderadas, sin provocar algunos de los efectos secundarios propios de los tratamientos más convencionales. Además, puede utilizarse como preventiva tanto en personas sanas como en personas con las defensas reducidas.
En dicha terapéutica nutricional destaca la fitoterapia, que pone a nuestra disposición plantas utilizadas desde la antigüedad en medicinas como la China, la Ayurvédica o la medicina tradicional de las plantas Amazónicas, y que han sido posteriormente contrastadas y apoyadas como antiparasitarias en estudios dentro de la literatura científica.
Se destacan los aceites esenciales como el aceite de semilla de calabaza, el aceite de orégano, de ajedrea, de albahaca, de menta, de anís estrellado o de espliego; y especias como el comino, el tomillo, el jengibre, la salvia o el clavo.
Hay que citar asimismo, plantas como el pau d´arco, la caléndula, el hinojo, el ajo y la berberina, semillas como las de la papaya, o el pericarpo de la nuez verde, que han sido ampliamente utilizados como antiparasitarios por sus compuestos amargos capaces de destruir o expulsar parásitos o incluso sus huevos.
Además, hay sustancias tales como la lactoferrina o el propóleo que inhiben la adhesión y replicación y promueven el desprendimiento de ciertos parásitos, o el resveratrol, que es un potente antioxidante utilizado para la reparación de los tejidos dañados por dichos patógenos.
Entre los beneficios y propiedades de estos alimentos y compuestos bioquímicos se encuentran las propiedades desinfectantes y antisépticas, antiinflamatorias, estimuladoras de la inmunidad o reparadoras de los tejidos. Es por ello que constituyen alternativas, coadyuvan y aportan combinaciones sinérgicas para el tratamiento funcional y convencional de la parasitosis intestinal.
Sara Rivero Gil
Col Nº: MAD00752