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Ubicado en el valle del Pleisto, en Fócida (Grecia), en el recinto sagrado y consagrado al dios Apolo se situaba el oráculo de Delfos. A dicho lugar acudían reyes y personajes de todo tipo que ansiaban un mensaje de los dioses con objeto de que les ayudara en su destino.
Sin embargo, este viaje en búsqueda de un conocimiento hermético de los dioses por parte de los mortales comenzaba en la pronaos del templo de Apolo. Allí, el viajero miraba hacia lo alto y leía una frase que marca la esencia de la existencia humana: “Conócete a ti mismo”. Si aquel mortal, ávido de respuestas, se introducía en el recinto podía leer el mensaje completo: Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses.
Más allá de la esencia etérea y filosófica del mensaje, existe una parte que, asimismo, se puede extrapolar a lo físico. El cuerpo humano dista mucho de ser una entidad independiente y autorreguladora. Si nos limitamos a lo científico, los últimos avances ya nos muestran la vida humana como un superorganismo con capacidades y cualidades creadas y ordenadas por miles de microorganismos que también desarrollan su existencia en su universo particular, el cuerpo humano.
La variabilidad en cada ser humano es única. Si buscamos una medicina personalizada y especializada no queda otra que conocer la microbiota y su microbioma. Es por ello, que como los viajantes que acudían al templo de Apolo, si queremos obtener respuestas sobre nuestra salud y sobre nuestro cuerpo debemos mirar hacia dentro y conocer a esos seres que habitan con nosotros, y a pesar de la paradoja, incluso antes de nuestra propia existencia.
Se puede definir la microbiota humana como el conjunto de bacterias, arqueas, virus, hongos y protistas que colonizan tanto la piel como las mucosas del cuerpo humano. Dichas mucosas incluirían la cavidad oral, la nasofaringe, el tracto respiratorio, gastrointestinal y genitourinario.
El conjunto constituido por los microorganismos, sus genes y sus metabolitos se denomina microbioma.
El ecosistema microbiano del intestino (la microbiota intestinal) es la comunidad más extensa dentro del cuerpo humano e incluye especies nativas y permanentes y microorganismos variables que convergen de manera transitoria.
La apreciación sobre los millones de microorganismos que componen la microbiota se ha transformado y, actualmente, es considerado un órgano de vital importancia en el cuerpo humano, un órgano metabólico en sí mismo, en lugar de un comensal acompañante, como lo era en el pasado.
El conocimiento sobre las funciones de la microbiota se encuentra en constante crecimiento e investigación, ya que tiene una estrecha relación con la salud y la enfermedad. Se han identificado tres funciones principales: protectora, trófica y metabólica, que engloban múltiples actuaciones.
La microbiota está implicada en la protección frente a antígenos y patógenos, en funciones de inmunidad y mantenimiento de la homeostasis orgánica, del crecimiento y la composición corporal, incluso de la modulación del comportamiento influyendo en la cognición, la relación con el estrés, la ansiedad u otros desórdenes neurológicos específicos. Además, la microbiota es un eje vertebral en la nutrición ya que, debido a su función metabólica, participa directamente en el proceso de digestión y biodisponibilidad de nutrientes, aporte de los mismos (síntesis de vitaminas y aminoácidos), degradación de compuestos de la dieta no digeribles con gran aporte de energía, absorción de iones (hierro, calcio y magnesio), así como en la eliminación de anti nutrientes y moléculas perjudiciales.
La alimentación más óptima para el ser humano es, asimismo, la más apta para la microbiota.
Además de las consideraciones básicas en nutrición antiinflamatoria como el consumo regular de verduras y hortalizas frescas, de proximidad y, siempre que sea posible, de cultivo ecológico; tomar grasas de alimentos vegetales o marinos o proteínas de calidad y de alto valor biológico que respeten el entorno medioambiental, se puede destacar específicamente el consumo de ciertos alimentos y compuestos bioquímicos que alimentan a la microbiota en particular. Entre dichos compuestos se encuentran los polifenoles, la fibra dietética y los alimentos fermentados.
-Los polifenoles son sustancias que se originan principalmente en las plantas y destacan por su gran poder antioxidante, antiinflamatorio y su capacidad de mejorar el perfil lipídico. Además, son capaces de aumentar la diversidad microbiana. Dichos compuestos bioactivos son muy diversos y los podemos encontrar en las crucíferas, en condimentos como la mostaza o el wasabi, el té verde, los frutos rojos o el cacao.
Los polifenoles se absorben en baja proporción en el intestino delgado, afortunadamente, son liberados por la microbiota que los transforma en sustancias beneficiosas para la salud.
-La fibra dietética se define como polímeros de carbohidratos, que el intestino humano no puede digerir ni absorber. La microbiota intestinal tiene enzimas que modifican dichos polisacáridos complejos, en monosacáridos y ácidos grasos de cadena corta (AGCC), principalmente acético, propiónico y butírico.
La fibra dietética se clasifica nutricionalmente según su comportamiento en medio acuoso. Las fibras alimentarias insolubles, como la lignina o el salvado, presentes en los cereales integrales o en las hortalizas, son parcialmente fermentables por las bacterias del colon. Estas fibras apenas retienen agua, tienen un efecto de arrastre y son capaces de desprender los desechos de las paredes intestinales. Aumentan el volumen de las heces y aceleran el tránsito intestinal.
Por otra parte, las fibras totalmente fermentables o solubles forman geles viscosos en contacto con el agua. Las fibras solubles aportan saciedad, enlentecen el tránsito intestinal por lo que también retrasan la absorción de azúcares y grasas. Entre ellas se encuentran algunas hemicelulosas, los galactosacáridos y fructosacáridos o la inulina.
Igualmente, cabe destacar algunas fibras solubles especialmente beneficiosas para la microbiota como las pectinas, que las encontramos en la manzanas y en la zanahoria cocida, el almidón resistente 2 y 3 que está en los tubérculos cocidos y dejados enfriar como la patata o el boniato; los betaglucanos que se encuentran en la avena o las setas, y las gomas y los mucílagos que se presentan en plantas, semillas, frutas y verduras tales como el fenogreco, la chía, los higos o las judías verdes.
-Los alimentos fermentados son aquellos que han sido transformados de manera controlada por microorganismos y bacterias. Entre ellos distinguimos: aquellos que tienen organismos vivos, los cuales se consideran probióticos como el yogur, el kéfir de agua, los encurtidos, el té kombucha, la ciruela o pasta de umeboshi, el chucrut o el kimchi; y aquellos que no tienen organismos vivos en el momento de ser consumidos tales como la cerveza, el vino o el pan de masa madre. Es importante conocer que el alcohol conlleva un detrimento de la microbiota.
Los beneficios del consumo de fermentados oscilan entre el aumento de la diversidad bacteriana hasta el disfrute de diferentes alimentos, transformados naturalmente, y que poseen compuestos (metabolitos bacterianos) que difieren del alimento original y que son beneficiosos para el organismo.
Por otro lado, es importante recordar que el consumo de alimentos ultraprocesados, de baja calidad nutricional y sus aditivos tales como emulsionantes, edulcorantes, colorantes o conservantes son capaces de modificar el perfil de la microbiota intestinal y promover la inflamación, aumentar la permeabilidad intestinal y provocar la traslocación bacteriana.
Sara Rivero Gil
Col Nº: MAD00752